Las estadísticas que nos asustan, esas que ponen a Guatemala en los peores lugares de índice de desarrollo humano, están amarradas a una historia de negación de la humanidad de grandes grupos poblacionales, a quienes se les ha y se les sigue estigmatizando, haciéndolos más vulnerables a las condiciones de pobreza y pobreza extrema. El cinismo que ha acompañado a mucho del discurso por el progreso, debe ser cambiado si buscamos tener una sociedad más equitativa. Basta de recurrir a estereotipos absurdos para justificar la exclusión de varios grupos: No, los indígenas no son por naturaleza necios y huevones. No, a las mujeres no les corresponde por obligación quedarse en la casa y dedicarse a parir y cuidar niños. No, los pobres no son pobres porque quieren ser pobres. No, los jóvenes no son delincuentes e inmaduros
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